lunes, 13 de mayo de 2019


Sobre la forma en la literatura


 César A. Cajero

Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella actividad artística que usa al lenguaje común para referir y recrear un sentimiento, dar forma sensible a una idea: provocar aquello tan complicado de delimitar que llamamos experiencia estética.

Es decir, la literatura —hoy día, y sin entrar por ahora en sus orígenes históricos—, usa las posibilidades de las diferentes lenguas para crear arte. Una lengua, de manera esquemática, se entiende como un sistema semántico que hace uso de determinadas formas fónicas que pueden concretarse con el sistema fonológico del ser humano. Para ello, cada uno de estos sistemas ha designado cierta cantidad de formas sonoras para producir significación dentro del mismo.


Por diversas razones, no todas las capacidades fonológicas de la voz humana se usan dentro de esos sistemas. En las lenguas indoeuropeas no se hace uso de los chasquidos (caso de las lenguas koisanas) ni se toma en cuenta el tono de las frases (como hacen las lenguas tonales). En el español, los sonidos guturales o la nasalización no son productores de sentido y se toman como meros alófonos. Son sonidos posibles dentro de una pronunciación, pero no cambian el sentido dentro del sistema común. Por tanto, ni siquiera son representados en nuestra forma de escritura, que es fonética.

El uso de sonidos y silencios acerca a la literatura a la música. Sin embargo, de todos los sonidos posibles, se restringe sólo a aquellos que emite el aparato fonador humano. Y aún más: sólo a aquellos que se usan dentro de la lengua específica. Es decir, a sus fonemas.

Esta restricción, que no tiene la música, aparentemente constriñe las posibilidades de la literatura, así sepamos que cada sistema musical también limita sus posibilidades (la música occidental apenas si hace uso de ciertos sonidos, por ejemplo). En otras palabras, la forma en que ha evolucionado cada lengua para producir significados dentro de su sistema establece las posibilidades de la literatura en ese idioma.

De esta manera, la literatura en español no hace uso de los tonos, de los chasquidos o de los sonidos guturales, o al menos no de manera directa. Esto se debe a que el sistema de la lengua no hace distingos por estas razones. Otras lenguas tienen estructuras distintas, posibilidades diferentes y también sus limitantes particulares.

Hasta este momento podemos que el objeto literario, su materialidad, es la misma que la de la música, aunque limitada en diversos grados y formas (en general tampoco es común en nuestra tradición una recitación sincronizada de distintas voces).

Además de esa limitante, hay otra: el signo lingüístico usa esos sonidos precisamente para producir sentido. Por mucho que se expandan las posibilidades de la lengua, la palabra inevitablemente está cargada de sentido dentro de un sistema y un rango de permutaciones sintácticas. En el español hay, por ejemplo, un rango distinto al del latín respecto a las posibilidades del hipérbaton. No es imposible dilatar estas posibilidades, pero hay un punto, un tanto difícil de establecer, en que simplemente desaparece el sentido de la lengua.

Por ejemplo, en los primeros versos de Primero sueño leemos

«Piramidal, funesta, de la tierra/ nacida sombra» …

que en el español más prosaico se expresaría

«Sombra piramidal y funesta nacida de la tierra» …

A pesar de la complicación del hipérbaton —que ha llevado a ulteriores límites las posibilidades del idioma—, la frase conserva un sentido. No sucede lo mismo con la construcción:

«La de nacida piramidal sombra la tierra» …

El orden interno de las frases constituidas por palabras-tipo (sustantivos, verbos, adjetivos y adverbios) y palabras-forma (artículos, preposiciones y conjunciones) no puede alterarse sin perder el sentido. Asimismo, algunas combinaciones y repeticiones en una misma frase son casi imposibles de lograr.

De esta manera, podríamos decir que la materia de trabajo de la literatura son los sonidos y silencios que, dentro de la estructura fonológica y en la combinatoria sintáctica de una lengua guardan sentido. Esto, por supuesto, acota muchísimo las posibilidades frente al arte más cercano a la literatura: la música.

Esas son las cualidades y posibilidades materiales —el rango de los sonidos que usa— que, en una primera instancia y de manera moderna, tiene la literatura.

Esto no es de lamentarse porque, como en capítulos previos manifesté, junto a esas restricciones, tiene posibilidades y peculiaridades que no tienen otros tipos de arte, derivadas de la naturaleza del signo lingüístico (la posibilidad de crear imágenes mentales, por ejemplo). Tanto valdría lamentar que la pintura no sea música o que ésta no sea arquitectura. Toda forma —y el objeto artístico, insistiré, lo es— se crea a partir de unos límites y, a su vez, establece una configuración específica: eso es lo que entendemos por una forma.

Como el lenguaje de la literatura es aquel que usamos cotidianamente —aunque transformado, llevado a sus límites—, es natural que el lector no sea consciente del trabajo formal que hace al objeto artístico incomparable a otro. El rigor de su forma es igual de estricta que en el caso de las demás manifestaciones artísticas.


Dado que la literatura trabaja antes que nada con los sonidos de la lengua, un análisis para mostrar cómo se manifiesta este rigor específico se enfoca en ese ámbito. Sin duda también hay características visuales en los poemas por tratarse modernamente de una expresión que se refleja en la escritura —por no hablar de la tradición de la escritura ideográfica—, pero no es necesario dejar por el momento el ámbito de esta materia primera del quehacer literario.

Entre todos los géneros literarios, donde es posible notar de manera palmaria sus características es en el poema lírico. No es que el trabajo con el lenguaje sea menor en otras manifestaciones literarias, pero sí se encuentra menos concentrado.

Así, en la quinta estrofa de “Noche oscura”, el insuperable poema místico y erótico de San Juan de la Cruz, leemos:

«¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!»

El poema entero es una silva: combina versos endecasílabos con heptasílabos, con rima consonante variada y libre. Usando la forma de análisis tradicional, se puede notar que esta estrofa tiene la forma métrica 7-11-7-7-11 y una estructura de rimas ABABB.

Es de notar que para completar el primer verso se separan las silabas de la última palabra (gui-as-te), lo que en teoría contradice las reglas de la pronunciación del idioma español. San Juan sin embargo, se dio cuenta —mejor dicho, como poeta, sintió— que esta palabra, en ese contexto, se pronuncia como un hiato.

En un análisis acentual del texto, veremos que su forma se construye como sigue:

OÓOOOÓO
OÓOÓOÓOOOÓO
OÓOOOÓO
OÓOOOÓO
OÓOOOÓOOOÓO

Los golpes acentuales son aquellos que forman el ritmo primario, su armonía; esto contradice la idea general que ve en la rima el elemento central de un texto poético. La rima acentúa el golpe rítmico y le otorga un balance, pero no es un elemento imprescindible. El juego acentual, al menos en las lenguas indoeuropeas, es el elemento que crea la armonía.

Así, en esta estrofa, los tres versos heptasílabos tienen el mismo patrón acentual, Lo mismo sucede parcialmente con los dos versos endecasílabos. Además, hay un paralelismo en los versos de siete sílabas y los de once. Ambos tienen el primer acento en la segunda sílaba y lo comparten en la sexta.

Esta estructura hace que el ritmo armónico del primer verso se repita en el segundo y, al prolongarse, la respiración se vea dilatada.

En los siguientes dos versos se retoma y repite el ritmo original para culminar con un verso que repite (casi) al segundo.

Hasta este momento se puede resumir la forma poética con el esquema

OÓOOOÓO                  A
OÓOÓOÓOOOÓO       B
OÓOOOÓO                   A
OÓOOOÓO                   B
OÓOOOÓOOOÓO       B

donde hay un juego de los metros de poema (7-11-7-7-11) que inicia con formas de arte menor, pasa a arte mayor, regresa a los heptasílabos y culmina repitiendo el endecasílabo. Un ir y venir que es exactamente el mismo que se aprecia en los patrones acentuales. Este ritmo de ida y vuelta es característico de la respiración humana y, no hay que sorprendernos, de la mayoría de las actividades humanas. La repetición de patrones marca la vida y los rituales de una civilización (por no hablar de los modelos de crecimiento naturales).

La forma específica de este ritmo que conjuga tres patrones breves con dos extensos con el número de acentos 2-4-2-2-3 repartidos en una estructura silábica muy semejante hace pensar en un vaivén que pareciera preparar un evento, culminar y desvanecerse. El primer verso prepara al segundo, que es donde hay mayor número de acentos; el tercero parece repetir la primera estructura, lo cual no sucede; de nuevo se repite esto en el cuarto y culmina en un quinto verso cuyo número de golpes es menor al segundo y en gran parte es una repetición de los versos heptasílabos.

El esquema de los acentos en el vaivén señalado es el siguiente:

A   A
AAA  A
A   A
A   A
A   A  A

Esto rima perfectamente con el sentido del poema:

«¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!»

La estrofa comienza con una exclamación admirativa que se repite con más fuerza en el segundo verso. Los versos 3, 4 y 5 desarrollan una sola exclamación donde se habla de un encuentro amoroso que es un ir y venir de sentidos y rimas que se acentúan y desvanecen, como en un encuentro sexual: amada-amado/amada-amado-transformada.

El patrón acentual y métrico dan esa sensación del ritmo que va, viene, regresa y se desvanece en un embeleso final, el cual se corresponde con el sentido del poema.

Además de ello en esta estrofa están presentes diversas y muy complejas rimas internas, la mayoría de ellas consonantes (empezando por la elocución inicial, que se repite tres veces) y una, asonante.

Usaré una letra latina para simbolizar las rimas, sean consonantes o asonantes, repitan palabras o no, y un guión (—) para aquellas palabras que carecen de ella. Así, pues, aparece este patrón:

A B C D
A B D — C — E
A B C D
F — E
E — — F E

Las rimas internas se trastocan e invierten su orden. En el primer verso, su estructura sigue un orden normal, pero en el segundo, la rima D se permuta con la C; en los versos cuatro y cinco sucede algo parecido con las rimas F y E… Esto se refuerza con la reaparición de la rima E al final del poema.

Esta combinación de sonidos no sólo se corresponde con el vaivén del poema en sus formas métrica y acentual, sino con su sentido: es el amado que se transforma en la amada en una manera real y concreta.

Así y todo, el análisis que hasta ahora he expuesto no indaga todos los elementos de esta estrofa. Aunque el patrón métrico, de las rimas y el acentual son aquello que configura el ritmo, la poesía se basa en los posibles sonidos del lenguaje. Las palabras de las lenguas indoeuropeas se construyen sobre la base fónica de la sílaba. Es decir, una emisión de voz producida de una sola vez.

El núcleo de sonido de una sílaba lo constituyen las vocales (que en el sistema del español son A-EO-IU, en orden de apertura). Cada una de ellas representa un sonido diferente. Por supuesto, no es lo mismo que un acento caiga sobre la vocal abierta A que en la cerrada I. Representan tonalidades y sonidos muy diferentes. Además, existen los diptongos, que marcan la transformación de un sonido vocálico en otro, y los hiatos, que rompen con el diptongo.

Para representar el patrón acentual tomando en cuenta la apertura vocálica usaré las grafías del español separadas por un espacio. En caso de que existan diptongos dentro del texto, escribiré los dos signos de manera continua, sin el espacio correspondiente.

Si se toma esto en cuenta el patrón de acentos quedaría de la siguiente manera.

O   Ó    E     E    I   Á  E
O   Ó   EA   Á   E   Á  E  A  O  Á  A
O   Ó    E     E   U   Á  E
A   Á    O    O   A  Á  A
A   Á   AE   E   A  Á  O  A  O  Á  A

En todos los versos se repite en su mayor parte la estructura de los acentos, como ya en el análisis anterior se podía apreciar. Sin embargo, ahora se hace patente otra característica de esta estrofa: todos los acentos de la sexta sílaba coinciden en caer en la vocal abierta, A. Asimismo, el segundo acento cae en las vocales O (los tres primeros versos) y A (los dos últimos), exactamente igual que en las primeras sílabas de la estrofa, con lo que vocálicamente se produce una apertura de los sonidos.

Llama también la atención que la estructura vocálica de los endecasílabos después de la séptima sílaba (no olvidemos que las sílabas se construyen con versos de 7 y 11 unidades silábicas) sea idéntica. Esto representa una especie de rima asonante extendida. Y ya que se puso atención en los paralelismos en este nivel de la estructura, vale la pena notar asimismo que las vocales seis y siete de los tres primeros versos son exactamente iguales, lo que no se había notado al momento de analizar la estructura de las rimas porque en el segundo verso esto se realiza en dos palabras diferentes. Sin embargo, debido a la forma de articular sonidos propia del español, la rima interna está presente y es perceptible.

De hecho, la única diferencia entre las estructuras de los versos uno y tres es la tercera vocal (no acentuada). Sin embargo, ambas son cerradas.

El que tan pocas vocales cerradas se encuentren en toda la estrofa también es notable.

Toda esta estructura cobra sentido cuando se compara con el texto original.

«¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!»

El texto es el de una estrofa celebratoria. Las vocales abiertas funcionan porque amplifican el tono del discurso, como es lo natural en las loas. La manera en que se abren los sonidos vocálicos en las primeras dos sílabas de cada verso representa una elevación del tono de la aclamación.

Esto se combina y contrasta sensualmente con el juego de ida y venida de los metros, los acentos y las rimas.
El análisis de esta sola estrofa es suficiente para hacer visible la complejidad de un texto literario y cómo cada uno de sus elementos resulta imprescindible para su realización, sin embargo, todavía es posible ir más allá en el estudio de la forma de este fragmento.

Aunque la sílaba del español se construye siempre alrededor de una vocal, al grado de que una sola de ellas puede constituir una de las unidades fónicas básicas, la tarea de las consonantes es trascendental. En primer lugar, permite la pronunciación de las sílabas de manera que no sean simples emisiones aisladas (en nuestro idioma, la unión de vocales en una sola expresión es poco frecuente), sino que resulta significativa tanto desde el punto de vista del sistema (fonemas) como desde el poético.

El primero de estos enfoques se refiere a las características de la lengua dentro de su nivel fónico-fonológico, que incide en el sistema en su nivel semántico general. El sentido de la construcción las vocales ÁA no son los mismos si se usan las consonantes K y S que si se usan la M y la S. En el primer caso se dice [kása] y en el segundo, [mása]; dos palabras con significados completamente distintos.

El segundo enfoque, que es el que me interesa en este momento, se refiere a las cualidades de los sonidos consonánticos dentro de un poema; los sonidos que se producen y los sentidos que otorgan al texto.

El ejemplo más famoso es quizá el del primer verso del soneto de Góngora: “Menos solicitó veloz saeta”, en donde la construcción del verso, con su profusión de la consonante [s] permite escuchar las flechas silbando en el aire. Más impresionante es este efecto en la pronunciación original, donde al fonema [s] se le suma la interdental [z], que en muchos dialectos hemos perdido.

En el poema de San Juan de la Cruz el efecto no es tan inmediato, pero sin duda está presente.

En la construcción

O   Ó    E     E    I   Á  E
O   Ó   EA   Á   E   Á  E  A  O  Á  A
O   Ó    E    E   U   Á  E
A   Á    O    O   A  Á  A
A   Á   AE   E   A  Á  O  A  O  Á  A

los espacios para las consonantes se indican a continuación.

O _ Ó _  E   _  E  _  I   Á _ E
O _  Ó _ EA _ Á  _ E _ Á _ E_ A_ O_ Á_ A
O ­_  Ó _  E  _ E  _ U  _Á _ E
A _ Á  _ O  _ O   _A _ Á _ A
A _ Á _ AE _ E  _ A _ Á _ O _ A _ O _Á_ A

El poema siempre inicia con sonidos vocálicos, lo que se entiende por el sentido laudatorio de la estrofa. Ahora, vale la pena sustituir las consonantes originales por otro sonido consonántico cualquiera, para apreciar la pobreza a la que se ve reducido el texto original.

OSÓSESESIÁSE
OSÓSEASÁSESÁSESASOSÁSA
OSÓSESESUSÁSE
ASÁSOSOSASÁSA
ASÁSAESESASÁSOSASOSÁSA

Una construcción que podría funcionar para acentuar el sentido fónico del texto poético, pero poco más. De un texto erótico hemos pasado a un idioma propio de crótalos sibilantes. El ritmo continúa ahí, pero la fuerza se ha perdido.

No se trata sólo o exclusivamente del sentido semántico. Lo que “dice” la estrofa de San Juan de la Cruz podría ser glosado de diversas maneras. Desde aquella que atiende exclusivamente al sentido literal:

“Te bendigo, noche que los guiaste, / noche más hermosa que el amanecer/ noche que uniste/ a los amantes/ amantes unidos en uno solo”.

Como aquella que considera los sentidos místicos que tiene el poema. El mismo San Juan hizo la glosa de sus versos, lo que, aunque tiene interés filológico, dista de explicar el poema.

En la ramplona paráfrasis, se ha perdido todo sentido erótico, todo juego, vaivén y emoción celebratoria; en los comentarios del autor, se restringe el significado y se pretende convertir el poema en un documento teológico.

Para hacer justicia semántica y fónicamente al poema, y limitando el análisis a los dos últimos versos de la estrofa. Se puede decir que en la construcción vocálica:

A _ Á  _ O  _ O   _A _ Á _ A
A _ Á _ AE _ E  _ A _ Á _ O _ A _ O _Á_ A

La palabra “amado” se complementa en el juego del vaivén con su repetición en la apertura vocálica de la forma “amada”.

“Amado/Amada”

La preposición “con” no sólo sirve para completar la métrica y dar sentido, sino que indica una separación que todavía existe entre ambos elementos. Esto por las características de la oclusiva [k] con la que inicia esta preposición. Una oclusión que se ve atenuada al final con la nasal [n].

[amádo konamáda]

En el último verso, la forma se repite invirtiendo los elementos (siguiendo con el juego de trastoques de toda la estrofa).

“Amada/Amado”

Sin embargo, esta vez la preposición cambia de sonidos y en lugar de la oclusiva se usan dos palabras donde los sonidos nasal [n] y lateral [l] se ven precedidos por el sonido vocálico semiabierto [e]. En este caso ya no hay distancia: la unión se ha consumado.

[amádaen elamádo]

El verso termina consumando la repetición de sonidos que subraya la unión y el enlace de los amantes. Siempre con el juego de vaivenes de la estrofa, pero sin perder el sentido celebratorio.

«Amado con amada,
amada en el Amado transformada!»

El poema es una silva, como tantas otras en el repertorio de los Siglos de Oro, pero resulta complicado encontrar otra con el mismo sistema de rimas. Aun así, no sería difícil, si no encontrar un texto semejante, sí realizar uno con estas características. No sin cierto esfuerzo también se puede crear un poema con el mismo patrón rítmico; un poco más difícil es lograr uno que use las mismas vocales.

Repetir la forma hasta ese punto es muy complicado, pero no imposible. Se me ocurren dos ejemplos de esto donde se usan palabras existentes en el español y conservando cierto sentido. Sin embargo, estos ejercicios siempre suenan a parodia. El sonido no casa con el sentido.

Para conservar el sentido de la estrofa de San Juan de la Cruz habría que respetar la forma original: sonido es sentido.

El poema es una estructura estricta en su especificidad. Es su forma la única posible para ese sentido. Y viceversa: ese sentido es el único posible para esa forma particular. No hay separación ni cambio posible so pena de trocar todo el texto. Destruir su sentido final y su cualidad estética.

Cuando hablo, pues, de la especificidad del objeto artístico, me refiero a que todas las características formales de la obra se expresan de manera física (en el caso analizado, en sus sonidos) y que esto no puede ser cambiado. Es una esencia física cumplida en sí misma y que en esa esencia reúne todos sus significados.

En el momento en que hablo del arte como objeto con rigurosas características formales, no quiero decir que haya "reglas" para la creación artística. Al contrario: quiero subrayar la especificidad de cada uno de los objetos artísticos: que son únicos e irrepetibles, que cada uno crea y acaba con sus propias reglas. Las características de la estrofa señalada son únicas para ella; repetirlas sería o una mala parodia o una redundancia.

Así, no me refiero al objeto como un útil, tal como occidente entiende la palabra, sino al objeto como un icono, como una manifestación única y trascendente. Una forma que en su especificidad trasciende al autor y al mismo intérprete, por más que necesite de ambos para manifestarse en la experiencia estética.

martes, 7 de mayo de 2019


El objeto artístico


César A. Cajero Sánchez

Cuando se habla sobre pintura, escultura o arquitectura, la identidad de estas artes como objetos es relativamente evidente. Sin entrar en detalles, hay un cuerpo físico sin cuya presencia no existe obra.

En el caso del teatro o la danza, como artes escénicas, se puede afirmar que sin su presentación concreta no existen: sólo se manifiestan mientras alguien las re-presenta en el escenario, mientras alguien las presencia.

En cambio, ni en la poesía ni en la música parece existir una materialidad evidente. A pesar de la performatividad de la música —usaré este neologismo en lugar de interpretación por esta vez—, por ejemplo, no es clara su cualidad de objeto.

La música, empero, es una serie de ondas sonoras con ciertas características entre las que se cuentan volumen, tono, duración y silencios entre ellas. Estas ondas sonoras se transmiten en una materia física y no por usar como soporte un medio aéreo son menos concretas que los colores de una pintura.

La especificidad del arte musical no es menos estricta que la de la pintura o la arquitectura. Mientras en las artes plásticas, cada trazo y forma son las que constituyen la obra artística, en la música lo es cada elemento sonoro. Su presentación es estricta: el objeto artístico es, ante todo, su forma.

Como todo arte que se presenta a un público, sin embargo, la música sólo se cumple a cabalidad cuando es re-presentada. Tanto ella como la danza o el teatro existen en tanto se re-presenten. Otro tanto puede decirse de las artes visuales: únicamente son objetos de arte, y no simples cosas, cuando son contemplados.

Esto, empero, no les resta existencia como formas físicas. Tampoco les quita la especificidad de su forma. La posibilidad de su interpretación les viene de sus características concretas.

Cada representación de las artes interpretativas es única e irrepetible, sin embargo, se atiene a aquella forma ideal que ya está fijada. El teatro es el género más libre en este sentido porque ahí es donde el intérprete tiene más espacio de improvisación: cada actor y director hará una definición distinta del texto dramático. Y cada vez que se presente será distinta.

El caso de la música es diferente. Al menos en el caso de la música culta occidental —el caso de la música popular es un poco distinto—, existe una notación y una forma que es quizá la más estricta dentro de las artes interpretativas. Esto se debe también a ciertas características de este arte: su cualidad exacta, casi matemática. Cada sonido, silencio y sus caracteres son imprescindibles. En todo arte los son, pero en la música esto se hace evidente. Un error puede dar al traste con toda una exhibición.

El caso de la literatura es más discutible. Por su materia de trabajo —el lenguaje— hay otro elemento que se hace presente de manera palmario: el sentido.

Todo lo que el ser humano toca se llena de sentido. Indudablemente, los sonidos de una pieza musical o las formas de una escultura están plenos de significado, sin embargo, la palabra es aquella forma que tiene una carga semántica sistemática, dentro de un conjunto coherente. Hablo de la doble articulación de Saussure y de las características todas del signo lingüístico.

Debido a esto, mucho se ha hecho hincapié en la doble naturaleza del arte literario: el poseer un fondo —sentido— y una forma —como objeto sonoro—. Lo primero lo acercaría a los discursos argumentativos e informativos —que usan primordialmente la función referencial de la lengua—, lo segundo, a la música.

En realidad, la especificidad de la forma física del objeto artístico es en la literatura tan grande como en cualquier otro tipo de disciplina. El contenido de la obra es inseparable de la manera como se expresa.

Muy pocos, por ejemplo, se contentarían con la reproducción abreviada de una pintura o las versiones simplificadas de una pieza musical, pero en el caso del texto literario esto es un error común y corriente. Se cree posible separar la forma del contenido.

La misma traducción, como mencionaré más adelante no nos está presentando la obra original: de ser una traslación cumplida, es otra obra, aunque inspirada directamente en la original; de no cumplirse es simplemente una divulgación imperfecta, algo que no fue.

Esta diferencia de la literatura con otras artes es más de grado que de naturaleza. Como ya señalé, tanto la música como la danza tienen un sentido, una significación, aunque no sea evidente de manera directa. Asimismo, la literatura tiene una forma física —una especificidad y una rigurosidad en esta— que no puede ser alterada so pena de cambiar toda la obra.

Probablemente esto no sea tan evidente como en el caso de otras artes, como la escultura o la música. Por tanto, es necesario examinar las características del arte literario, si existe en él una forma física y cuáles son sus características.


lunes, 22 de abril de 2019


 ¿Cómo medir el éxito?

César A. Cajero 

Cada ciertos días llega a mi celular un mensaje donde me avisan que más de veinte mil personas han leído en internet mis opiniones de sitios para visitar. Ello, parece ser, me hace una persona popular. Bravo.

Eso del éxito y la popularidad es un asunto muy extraño que no acabo de entender del todo.

Hablando de lo estrictamente numérico —las cuestiones del sentido de tales términos me rebasan—, parece ser que, en el caso de las películas, lo que vale para considerarlas un éxito es la marmaja que se clavan los productores. Las tres películas que se coronan como las más populares de la historia son Avatar, Titanic y Estar Güars VII. Admito haber visto las dos primeras, pero mi alzheimer me oculta la tercera. En lo que va del año, la más vista ha sido algo llamado Capitana Marvel, que parece ser de un superhéroe cuyo nombre no me remite a nada. Nada más esta última juntó más de mil millones de dólares. A eso hay que quitarle los impuestos y lo que se gastó en producción, claro. No tengo idea de eso a cuántas personas que vieron la película equivalga. Mucho menos a cuántas les gustó.

En el caso de la música antes se medía por la cantidad de discos vendidos y por las semanas en la radio, pero ahora parece que es a través del número de descargas de una canción en algo que se llama i-tunes. Thriller, de Michael Jackson ha vendido como sesenta y cinco millones de copias; en esta semana una canción de Madonna y un señor que se llama Maluma se ha descargado, según dicen sus publicistas, putamadral de veces. En México, la canción más popular fue una que se llama “Tu postura” de una Banda MS que temo desconocer.

El disco del white negro sí lo tengo.

También en el floreciente negocio de los videojuegos se mide la popularidad por el número de copias vendidas. Los números oscilan los más de cien millones con el Tetris, Minecraft y Grand theft auto. Nada más jugué el primero.

Yendo a la literatura —o a lo que llaman así—, hay algo que se llaman best sellers. Normalmente en este rubro entran libros que llevan más de cincuenta años de publicados. Así, El señor de los anillos, El Principito y El Hobbit, son muy vendidos (y supongo que leídos). Igual que en el terreno de los videojuegos, rondan los cien millones de copias. Claro que se tardaron más tiempo en venderse.

Los que no se tardaron tanto son el tal Harry Potter (en todos sus volúmenes), el Código da Vinci y, una sorpresa para mí, Vardi Wala Gunda, una novela detectivesca en hindi de la que no he escuchado nada. Por ahí también anda Coelho con El alquimista.

Todas novelas, claro. He leído El Principito, y vi dos películas del mago alfarero. La obra de Saint Exupery me gusta mucho, y las películas me divirtieron, sí. Como soy lector de biblioteca no leí los otros. No me enorgullezco, pero ni modo.

No investigué sobre el cuento ni el ensayo. Leo, sin embargo, que son muy populares (entiéndase vendidos) los libros de poesía para niños. Dr. Seuss en Estados Unidos y Antonio Rubio Herrero en México lideran las listas con quién sabe cuántas ventas. Parece ser que la poesía que sirve como autoayuda también es muy popular. Un tal Humble the Poet[1] con Unlearn: 101 Simple Truths for a Better Life (en las listas en inglés) y otro señor que se llama Defreds con Sempiterno son populares.

No encontré poemas de ninguno de los dos, fuera de algunas imágenes de la obra de Defreds, pero sí leo de él una declaración donde dice: “Lo que yo escribo no es poesía. Son simplemente vivencias que me pasan a mí y al mundo cercano”. Estoy de acuerdo en lo primero.

Del otro sólo sé que es rapero, que en su página lo primero que hace es vender su libro, que hay muchas ligas para ver sus videos y que hace spoken poetry, sea lo que sea eso.

Al Dr. Seuss sí lo conocía.

Otra que se conoce más por sus videos y por haber haber ganado poetry slams eso sí sé qué es es Alejandra Martínez de Miguel[2]. Báilatelo sola es todo un éxito.

En las listas de ventas de México se encuentra como el libro de poesía (sic) más vendido, El laberinto de la soledad. Asimismo, aparece un tal Chris Pueyo[3]. Me entero que el susodicho es un youtuber también sé qué es eso y que estudia en la Complutense.

En todos los sitios consultados, tanto en inglés como en español, aparece una chica llamada Rupi Kaur con Milk and honey. Parece que nació en la India y vive en Canadá.

Entre los poetas mexicanos que no sean youtubers, hagan spoken poetry o participen en poetry slams, no sé cómo sea la cosa, pero en cuestión de éxito y popularidad, me acuerdo que la primera edición de Libertad bajo palabra tardó quince años en agotar sus mil ejemplares, subvencionados al parecer por Alfonso Reyes. También me pregunto si ya se habrá agotado la edición de las obras completas de Marco Antonio Montes de Oca que siempre está en los remates del Fondo de cultura económica.

Algunas veces he leído algunos versos en público. No sé si eso me hace ser parte de la escena de los poetry slams. Si es así, hasta ahora no me he enterado.

Lo que sí sé es que la idea de éxito en esos eventos es muy distinta a la de los discos, las películas o las meras novelas y videojuegos (como dije, en las listas de poesía, no hay números disponibles). En una ocasión, en Garibaldi, además de los mariachis, los lectores y acompañantes —unas siete personas—, había la gran cantidad de entre tres y seis espectadores. Unos llegaban, otros se iban, agarraban sombra y asiento; algunos pepenaban del lonch que felizmente nos dio la Secretaría de cultura. Apuesto que varios estaban para ver a los mariachis que tocaban (en serio) un poquito atrás.

Como sea, según me enteré después, el evento citado fue un éxito que llevó cultura a la sociedad.

Así pues, siempre que en un evento de este tipo veo a más de cinco personas y menos de la mitad de estas se está durmiendo, lo considero un éxito colosal, aunque a decir verdad eso no me importa mucho.

Así son las cosas en esto de la popularidad.






[1] Puede verse un video con su poesía aquí: https://www.youtube.com/watch?v=gebhSqsG_4E


[2] Aquí puede verse la bienvenida que les dio a los estudiantes de la Universidad complutense: https://www.youtube.com/watch?v=yD70XzOnwt0


[3] Aquí hay algo de lo que hace: https://www.youtube.com/watch?v=_j0vE7CCVUo

lunes, 8 de abril de 2019



PROPÓSITOS DE UNA BUENA CARCAJADA

César A. Cajero Sánchez



Hace un par de semanas apliqué un examen a mis alumnos de bachillerato. Entre sus muchas gracias, hubo una que me hizo reír mucho, pues me recordó un gag de Mr. Bean donde el personaje nunca se da cuenta de que había otra hoja de preguntas para su evaluación.

¿En qué consiste el placer que sentimos con la comedia?

Que la comedia debe ser tomada en serio es, dicen diciendo, un lugar común que a veces se repite, pero que, paradójicamente, pocas ocasiones se toma en ídem.

Así como así, lo primero que hay que hacer es repetir en coro y como niños de silabario que hay distintos tipos de comedia, que, aunque no son lo mismo los gags físicos, los sarcasmos, los juegos de palabras, los albures o los monólogos, la mayoría de ellos parten del mismo origen: buscan provocar la risa a partir de una situación que se ve como ridícula o absurda. Nos reímos de las cosas que consideramos chuscas, para decirlo en buen cristiano.

Ya que partimos de ahí, se pueden distinguir básicamente dos tipos de cómicos: aquellos que representan aquellas cosas que consideramos ridículas y aquellos que las señalan. Nos reímos de los primeros de ellos y nos reímos con los segundos. Unos son los bufones y otros son los comediantes. Mientras las obras cómicas de Shakespeare suelen tener muchos bufones, los artículos de Ibargüengoitia suelen recurrir a la ironía de los comediantes. Ambos me hacen cagarme de la risa.

Hay también la comedia que es directa, que nos señala explícitamente lo que es gracioso —por ejemplo, casi todo chiste verde— y otra cuyo juego es más sutil y que hay que saber captar. Es el caso de la ironía y el sarcasmo. En ambos casos, sin embargo, hay un juego hermenéutico que se pone en juego. Incluso la comedia de gags físicos debe de ser reinterpretada. Juega con el límite de los sentidos y los rompe. Así, reírnos de una caída aparatosa puede censurarse en la vida social, pero el bufón suspende esas reglas.

En el caso del sarcasmo, el humor negro y la ironía, además se juega con el sentido. La ironía dice lo contrario de lo que quiso decir y con eso logra un efecto cómico. Juega con el sentido semántico y la ideología social como el juego de palabras lo hace con el sentido y lo fonético.

A pesar de que existen distintos códigos con que los comediantes hacen posible la suspensión de las reglas sociales, hay personas que no son capaces o simplemente no quieren reconocerlos. recientemente me enteré de una serie de falsos anuncios en la Facultad de Psicología de la UNAM que causaron escándalo en la comunidad de activistas y personas preocupadas. Irónicamente la ironía se le volteó al ironista —cuya posición respecto al problema social que ridiculizaba era a fin de cuentas la misma de quienes lo linchaban—. Y es que no todos son capaces de entender el tono de voz empleado, la exageración o el simple contexto. He ahí una buena vacuna contra el humor.

En general la solemnidad es enemiga de la literatura. Ama el lenguaje claro, directo, abierto y sin vacilaciones. Lo que, por supuesto, no se lleva con un arte que se dedica a jugar con las palabras, los mensajes, la comunicación.  A darle vuelta a los significados habituales, pues.

Sin embargo, l@s señor@s solemnes y obtus@s (como hoy se estila escribir) suelen alterarse en especial con las comedias. Y es que, pues sí, aunque sea lugar común, la comedia es algo serio. A diferencia de las obras trágicas o de la poesía lírica, la sátira y las obras humorísticas no son una celebración de la existencia ni una alusión a las emociones. Mientras otras partes de la literatura expresan un sentido individual, la ridiculización que hace la comedia es una crítica a todo aquello que considera ridiculizable y reprobable. Y, como toda crítica, tiene un sentido social.

Sófocles se burlaba de aquellos que consideraba los males de su sociedad; Moliere presentaba aquello que consideraba reprobable en una sociedad justa y humana. Cuando vemos a un bufón representar su papel nos reímos de su ridículo: no queremos ser como él, muestra la torpeza que debemos evitar. No se propone como modelo, sino como ejemplo a evitar. Nadie quiere ser comparado con el Vitor ni con Kiko, ser el hazmerreír de la cuadra. El comediante que ironiza sobre un asunto, una vez captado el sentido, está dando una advertencia a través de una crítica social.

Cuando en el mundo los personajes de la comedia se vuelven héroes trágicos es porque aquel ha dado un vuelco y son las palabras del loco y del bufón las únicas que parecen tener sentido ya: el Licenciado Vidriera, el Quijote, Yorick y Falstaff.

La seriedad de la comedia no estriba en tocar los temas insondables de la vida humana, como lo hace la tragedia, sino en referirse críticamente sobre la existencia social.

El inquisidor puede soportar al resto de la literatura porque toca aspectos en los que difícilmente puede meterse (aunque al Gran hermano hasta en a quién le enseña uno el calzón se inmiscuye), pero le aterra la posibilidad de que alguien quiera interferir en aquello que considera su solemne terreno exclusivo. Sentido del humor y autismos aparte, lo que se le reprochan a la comedia los inquisidores es el ver sus más preclaras convicciones desacreditadas. Y cuando esa crítica está bien escrita: cuando hace al espectador reír, entonces definitivamente no pueden soportarse.

Los jueces son de esas personas a las que no les gusta perder y que, cuando escuchan alguna risa, reparten madrazos.

Porque la risa es una crítica a todo modelo de orden, no se detiene ante ninguna idea ni ante ningún altar. La comedia es seria porque destruye la solemnidad y muestra la ridiculez de una parte de la vida humana. La irremediable caricatura que es la vida del ciudadano.

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...