martes, 17 de abril de 2012


Máscaras y un nombre


Desde antes de nacer hemos escrito nuestras despedidas. El hombre no existe.

“Yo soy", fue el lema de todos los mundos posibles. Ante la imposibilidad de afirmar nada acerca del mundo, ni siquiera su existencia, el hombre se ha aferrado a lo único que considera real.

Hay que admitirlo; aquellos que hemos amado, conocido; aquellos que han nacido en nosotros un recuerdo, una lágrima o una sonrisa; de aquellos no sabemos nada. La gran confesión de los amantes debiera ser que están mirando a un fantasma, a una imagen. Detrás se esconde el monstruo o el ángel; ni siquiera del polvo tenemos real certeza. Juego de espejos: unos ojos mirándose uno dentro del otro.

Caminamos por las calles, por las noches y los días. Alguien ríe mientras pasamos; otro hombre llora bajo un árbol; otros caminan a nuestro lado y uno de ellos habla por teléfono… De tantas sombras no decimos nada. Los miramos, creemos que están ahí. Pero nadie es verdadero pues a nadie le hemos dado un rostro. Horas de camino entre sombras, el hombre en la ciudad es el gran solitario. En su vida nada es real. Y nadie es capaz de dañarlo: él mismo no existe.

Quise un día conocer la verdad de esas personas de la calle. Dos o tres dijeron su nombre. Otros huyeron. Una dejó detrás una sonrisa. Diez, veinte que existieron por un momento; y ese momento ya no existe.
Pero están los recuerdos; viejos amigos en la escuela, amores que un día dijeron ser para siempre… Tan sólo sueños. O alguien que ha dejado deslizarse el polvo en las fotografías; la niebla en las noches.

He caminado por aquellas calles de mi niñez; buscado los viejos muros. Todo fue y ya no es. Una puerta ha desaparecido y el hombre que se sentaba ahí quizá ha muerto. Las casas de mis amigos lucen vacías. El rosal de castilla del que tomaba los perfumes quizá ha sido desenterrado. Quizás se han ido; quizá es un juego todo y nada más…

Mi familia, mis amigos; a nadie conocemos. Los creemos reales, pero a veces —a mitad de una risa—, el silencio. Y aquello que eran se nos escapa. No hay nadie a quién buscar; ese silencio nos muestra un muro. Nos muestra que las risas que compartimos, que todas las emociones cada uno de nosotros las sintió lejos del otro. Que quizá sólo creemos que ellos han sido.

El silencio de aquel amado; un par de manos atadas o un beso. Es mentira; aquella que nos ha dicho que estaría ahí para siempre en un par de meses puede haber desaparecido. Aquel que decía que dos y dos panes hacen un  cuerpo y dos amantes, mañana puede estar lejos. Y en esta tierra, temerosos, nos aferramos a esa imagen que hemos creado. Porque no queremos estar solos; porque queremos poder creer en algo. Un silencio y ya no hay nada. Todas las palabras se derrumban.

Un silencio y aquel de quien dependía nuestra vida ha vivido fuera. No somos dioses. No podemos decirlo todo. Y las palabras, gemas oscuras, dones preciosos; las palabras no dicen nada. No dicen lo que esperamos y cuando creemos hablar, nadie nos escucha. Nadie cree en esas voces; nadie escucha sino lo que quiere oír; lo que necesita.

Necesitamos amar de esas palabras; odiar de esas palabras; necesitamos incluso el silencio para saber que todo el temor ha sido justificado.

Pero vivimos. Eso creemos. Es nuestra única certidumbre; confiamos.

¿Qué somos sin los demás? Para qué me levanto por las mañanas; para quién me visto; para qué escribo estas palabras. Soy lo que ellos ven en mí; actúo para ellos. Estas páginas las escribo pensando en ella; un fantasma que nunca conocí. Y ella ya no está. Yo tampoco estoy escribiendo. ¿Qué somos ante esa miríada de personas en las calles?, ¿no es verdad que todos dirían lo mismo de mí que de cualquier otro?
Nunca sabemos quiénes somos. Y nuestros nombres no son sino rótulos, cifras desnudas con las que queremos ser. Ser ante los demás. Y no somos nada. Ellos son también nuestro silencio. Las murallas nunca caen. Ellos nunca han de conocernos.

Fingimos para nadie; actuamos para quien nunca nos ve.

Antes de nacer hemos despedido ya a todos nuestros amores. Es hora ya de despedir al único: Yo no existe.

A mitad de la noche, en la nada, alguien dice palabras para no tener miedo. A mitad de la noche el viento canta sin saberlo. Es una carta, un canto; es un poema.

Tal vez el amor no es un pacto de soledades; tal vez es un salto hacia el vacío; es la confianza en estar vivo. Ésta es una carta aún a mitad de la noche.


César Alain Cajero Sánchez, marzo, 2012

2 comentarios:

  1. si los que me rodean solo son imaginarios, entonces yo soy imaginario, y los imagino para no dejar de existir, me da mello! ja.

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  2. No sabemos si lo son ni si en realidad son reales: lo cierto es que siempre estarán lejos. Son ajenos y nunca derribaremos esos muros. Por otra parte, el problema es que sólo somos ante ellos: toda nuestra vida actuamos en función de ellos. Y si ellos no son reales; si nunca nos ven, ¿no somos un teatro de sombras?

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